Después de un largo día lleno de presentaciones, reuniones y viajes en tren, decidimos, como no podía ser de otra manera en Madrid, terminar el día con una buena cena. En la mesa, estabamos John, un compañero con muchos años de experiencia en el desarrollo de software y otros dos que venían de empresas diferentes. Cada uno de nosotros con su propia perspectiva sobre el mundo del desarrollo ágil y las metodologías
Durante la cena, la conversación derivó hacia un tema que, en muchos círculos del software, sigue siendo polémico: Agile y las metodologías de trabajo. Como defensor de la adaptabilidad y flexibilidad en los equipos, siempre he creído que no hay una única forma de trabajar, sino una combinación de prácticas que deben adaptarse a las circunstancias de cada equipo y proyecto.
Con intención de reflexionar aún más sobre el tema y tener la oportunidad de entablar una conversación que sirviera a ese propósito, Decidí plantear unas preguntas que si es cierto que no mostraban mi opinión al tanto sino que quería que sirviera como base para estimular la conversación:
Yo: "Sabes, John, creo que estamos perdiendo demasiado tiempo discutiendo sobre formas de trabajar. Necesitamos ceñirnos a una metodología, como... Agile, o Scrum, o incluso Waterfall. Es sencillo. Reglas claras."
John (con un marcado acento europeo): "Ah, sí, Cristian, te escucho. Pero... no estoy tan seguro. En mi experiencia, es mejor no seguir una metodología estrictamente. Cada proyecto, cada equipo, es diferente, ¿no? Tenemos que adaptarnos."
Yo (algo confundido): "Pero, si no seguimos las reglas, ¿cómo podemos estar seguros de los resultados? Necesitamos consistencia, y las metodologías nos la dan."
John (sonriendo): "Pero Cristian, mira. Si seguimos una metodología completamente, es como usar zapatos demasiado ajustados. Sí, están hechos para caminar, pero no para tus pies. Necesitas zapatos que te queden bien. ¿Por qué tenemos que usar los mismos zapatos para todos? ¿Por qué no mezclar lo que funciona?"
Yo (pensativo): "Hmm, vale... pero eso significa que ya no estamos siguiendo las reglas. Eso crea confusión, ¿no?"
En este punto, los otros dos desarrolladores en la mesa, Ana y Mario, que habían estado observando nuestra conversación, comenzaron a intervenir.
Ana: "Lo que John está diciendo tiene sentido. En nuestras empresas, hemos visto cómo los procesos rígidos a veces nos limitan más de lo que nos ayudan. La flexibilidad nos da la oportunidad de experimentar y probar cosas nuevas. Al final, si todo sigue un solo camino, se pierde la capacidad de adaptarse."
Mario: "Es cierto, y aunque en mi trabajo también seguimos Scrum, he notado que nos hemos visto obligados a modificarlo para que se ajuste mejor a nuestras necesidades. No es que la metodología esté equivocada, sino que lo que funciona para unos equipos, no necesariamente va a funcionar para otros."
Yo (reflexionando sobre sus palabras): "Entonces, ¿todos estamos de acuerdo en que lo importante no es seguir una metodología al pie de la letra, sino adaptar lo que mejor funcione para cada equipo?"
John: "¡Exactamente! Piensa en esto. Cada equipo es diferente, y cada proyecto cambia. Lo que funciona para un equipo puede no funcionar para otro. Por eso tenemos que entender los principios detrás de las metodologías, no solo seguirlas como reglas fijas. Si comprendemos la esencia, podemos adaptarla. ¡Eso es agilidad real!"
Yo: "Hmm, vale, pero ¿por qué seguimos definiendo patrones y metodologías completas si esta flexibilidad es la respuesta?"
John (con una sonrisa pensativa): "Ah, buena pregunta, amigo mío. Es porque a la gente le gustan las soluciones simples. Quieren un camino fijo, algo claro. Pero en realidad, los mejores sistemas no son rígidos, son adaptables. Debemos enseñar a las personas a entender por qué usamos un patrón, no solo cómo. Cuando entiendes el principio, puedes cambiar la manera en que lo aplicas."
Ana: "Exacto. En mi experiencia, los patrones son útiles, pero el verdadero desafío es saber cuándo y cómo modificarlos para que encajen con lo que realmente necesitamos."
Mario: "A veces, en mi equipo, la idea de seguir un patrón al 100% crea más problemas que soluciones. Cuando logramos ser flexibles, se nota la diferencia en cómo manejamos los proyectos."
Mientras nos retiraban los platos, la conversación había ido mucho más allá de la simple discusión sobre metodologías. Ahora estábamos hablando de la importancia de la adaptabilidad y cómo las empresas, a pesar de las metodologías que deciden aplicar, a menudo no permiten esa flexibilidad por cuestiones de poder y control.
Lo que quiero decir con esta historia es que, aunque siempre he sido un firme defensor de la adaptabilidad, me sorprendió ver que alguien con más experiencia, más años en la industria y un background más profundo que el mío, que incluso vivió la época dorada de Agile, coincidiera con mi visión. Al final, ambos estábamos de acuerdo en que la clave del éxito en los equipos no está en seguir reglas rígidas, sino en la capacidad de flexibilidad para ajustarse a las circunstancias cambiantes.
En la mesa, Ana y Mario, dos desarrolladores con trayectorias diferentes, entendieron que, aunque nuestra conversación parecía que no estábamos alineados, en realidad pensábamos lo mismo. La diferencia era que, en sus empresas, no se aplicaba el mismo enfoque flexible que nosotros defendíamos. En sus equipos, alguien con convicciones fuertes y mucho poder decidía la rutina, la forma de trabajar y, lo más importante, frenaba la posibilidad de experimentar y de probar nuevas ideas.
Esta experiencia me hizo darme cuenta de que, a pesar de nuestras diferencias y de los enfoques metodológicos que cada uno ha adoptado, todos estábamos buscando lo mismo: un entorno de trabajo flexible, donde los equipos pudieran experimentar, adaptarse y encontrar lo que mejor funciona para ellos.
El aprendizaje que me llevo de nuestra conversación es que: en el mundo del desarrollo de software y la gestión de proyectos, no se trata de imponer una única metodología o patrón, sino de mostras a los equipos el camino a comprender los principios detrás de esos patrones y permitirles que los adapten a su realidad.
Y es que la verdadera agilidad no reside en seguir ciegamente una receta, sino en ser lo suficientemente flexible como para ajustarse a lo que cada situación exige. Este es uno de los retos más importante que debemos enfrentar junto a los equipos en nuestras empresas.
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